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Al despertar, concéntrate en tu respiración durante unos minutos y da gracias mentalmente por el día que acaba de comenzar.
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Con los ojos cerrados, observa tu respiración y permítete sentir el peso de la gravedad que afecta a todo tu cuerpo.
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Trata de imaginar todas las células, fluidos, estructuras y tejidos que te conforman y agradéceles por albergar a tu alma.
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Lleva tu mano derecha al centro de tu corazón y tu mano izquierda al plexo solar. Respira tres veces, a tu propio ritmo, dejando que el aire oxigene todo tu cuerpo.
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Despacio, mueve los dedos de los pies, los tobillos, las caderas, el cuello, los hombros y empieza tu día, poco a poco.
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